miércoles, 15 de febrero de 2012

Una de entierro

El otro día estuve de entierro. En realidad fueron dos, pero del primero solo acudimos a dar el pésame en el velatorio y del segundo acompañamos a la familia hasta la entrada a misa. Yo me quedé en la puerta, siempre me siento rechazado por una fuerza invisible. Cualquier día de estos apostato, pero hoy, no, mañana.
Entre uno y otro, mi querida cónyuge y yo, dimos un paseo por el Cementerio. Bueno, más que un paseo fue una visita al nicho de mi suegro y de la conversación que tuve entresaco aquí, debidamente embellecido, lo que podréis leer a continuación:
La mañana estaba fresquita pero agradable. Las calles del Cementerio estaban soleadas, y las flores de plástico parecían recién puestas por la humedad del rocío. Todo estaba tranquilo y silencioso, y, hasta nosotros, cogidos del brazo, andábamos despacito para no hacer ruido.
Yo iba fumando mi segundo purito del día. Me pareció adecuado ir echando humo entre los nichos decorados con las flores de recuerdos eternos de otras vidas. Mi esposa iba hablando bajito y yo estaba medio abstraído en la futilidad de mis pensamientos sobre el trabajo que se quedaba para más tarde, sobre el último “pisito” que vamos a ocupar, sobre las ventajas de la incineración, en fin, con las cosillas habituales, teniendo en cuenta el entorno. Medio abstraído como iba, medio escuche el último comentario de mi esposa:
-          … y tú fumas demasiado, cualquier día me das un disgusto.
-          No fumo para darte un disgusto…
-          Pues tienes que dejar de fumar… En casa no vas a fumar más.
Esta es una amenaza que me viene repitiendo día a día, pero que al final solo se queda en amenaza. Bueno, algún día la cumple y no me deja fumar, pero son los menos y como me aguanto hasta que se va a la cama… pues eso.
-          … además no te creas que no me entero que fumas cuando me voy a la cama. Abres la ventana y la habitación se queda helada y al día siguiente hasta que ponen la calefacción…
-          Bueno, mujer, no lo haré más.
-          Bah. Si siempre te sales con la tuya, no sé como lo haces…
-          Bueno, vivimos juntos, una vez por mí, otra vez por ti.
-          Pues aún está por ver cuándo es por mi, porque hasta ahora no me he enterado, y además que no es eso, que cualquier día me acabas aquí.
-          Bueno aquí acabamos todos.
-          De eso nada, yo soy donante de órganos y quiero que dones mi cuerpo a la ciencia.
-          Ni te lo creas – me pare, y la mire a los ojos – Ósea que viva, casi no dejas que te toque y resulta que muerta voy a dar tu cuerpo para que lo manoseen todos los que quieran Ni te lo creas.
-          Pues haré un testamento de esos vitales y lo dejare por escrito.
-          Ya, pero si ni tus hijos ni yo queremos donar tu cuerpo, ya me contaras como pretendes hacer cumplir esa donación.
-          No te hagas el listo conmigo, ya iré donde tenga que ir.
-          Te aviso que impugnaré el testamento
-          Que si que si, di lo que quieras pero igual aprovecho para dejarte sin nada.
-          ¿Es que piensas dejarme algo? – Aclaro que el cónyuge no es heredero, y, aunque podría recibir algo por via de legado no es lo habitual en estar tierras.
-          Mi recuerdo, ¿Qué más quieres?
-          Pues eso, precisamente, algún recuerdo más grato… más carnal…
-          Aghhh chico siempre pensando en lo mismo, que cansino eres, pues ya sabes que estoy con las hormonas, que no me encuentro… que entre que me viene la regla y no, pues eso.
-          Ya ya, pero cuanto más ruda es la realidad más fuertes se hacen los deseos.
-          Bah, tampoco será para tanto, digo yo, y además, que hasta en un Cementerio no se te quite de la cabeza, vamos…
-          Pues un sitio de lo más adecuado… ¿sabes de donde viene eso de “este es un calavera”?
-          ¿Calavera? Pues de que es un irresponsable, un viva la virgen, que se yo…
-          No, no, viene de que en la Alta Edad Media la gente solía pasear por lo cementerios, y había muchos hombres que, con la escusa de consolar a viudas y mujeres en general, se las llevaban tras las tapias, para que les consolaran a ellos. Esos eran los calaveras los ligones de nuestros tiempos, vaya. Fue una práctica extendida durante mucho tiempo: venir a ligar a los cementerios.
-          Ya, y ¿tu necesitas que te consuele?
-          Si me dejas que te consuele yo a ti, antes, estoy viendo allí un rinconcito bastante agradable.
-          Anda, anda… que ya te vale. Tira para el velatorio que te la voy a cortar como sigas así… Además para que tanto empuje si luego te me quedas en nada.
Eso último ya era para ofenderme y con malas artes, así que pasamos a una serie de expresiones que ya no puedo reproducir sin atentar contra el sentido u objetivo  de lo que me trae a esta page. El caso es que volvimos al edificio del velatorio hasta el momento, como ya conté antes, de entrar a misa. Me despedí de mi santa con un besito, quizá un tanto carnal para la situación y me marché con la sensación de haber perdido otra oportunidad. Si es que es verdad, si en el fondo no somos nadie…

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